¿Salmoneras? No sé, tú dime…

Las salmoneras llegaron para quedarse. Actualmente el salmón es el segundo producto más exportado por Chile, solo superado por el cobre, lo que nos posiciona como el segundo mayor productor mundial de salmón. Desde un punto de vista económico parece ser una gran oportunidad, pero ¿Qué precio pagamos realmente por esto?

 

Primero retrocedamos en el tiempo. La cría de salmones en Chile inició en la década de los 70’ pero no fue hasta 1987 cuando comenzó el trabajo del cultivo de salmón del Atlántico, especie introducida, que se lograría consolidar esta actividad. De ahí en adelante comenzó el incesante crecimiento de la producción de salmones en Chile, presentando un crecimiento de 2969% entre 1990 y 2017, con una tasa de crecimiento promedio de 102% anual.

 

 

Sin duda la industria salmonera en las costas de Chile ha traído grandes beneficios económicos para el país, según datos de SERNAPESCA para Julio de este año genera más de 70.000 empleos y tiene 1.360 concesiones, distribuidas en las regiones de Los Lagos (36,9%), Aysén (53,2%) y Magallanes (9,9%), logrando una exitosa inserción en los mercados globales, éxito que viene acompañado de degradación ambiental, crisis social y desplazamiento de comunidades pesqueras, como lo es el caso de Chiloé, donde en 2007, y debido a la sobrepoblación de salmones en los criaderos, se desencadenó un brote del virus ISA, lo que provocó que 15.000 personas quedaran sin empleo y el vertimiento de 9.000 toneladas de salmones muertos en las costas de Chiloé. Hecho que intensificó la marea roja hasta niveles nunca antes vistos en el país, generando una crisis social, económica y ambiental para los habitantes del archipiélago.

 

La inserción de estas industrias en el mar chileno debe ser a través de procesos reguladores los cuales hasta el momento no han sido totalmente efectivos, las concesiones salmoneras son un acceso temporal que se entrega a las empresas para su instalación y operación dentro de un territorio determinado de nuestro mar. Para obtener dichas concesiones, y según lo estipulado en la ley sobre las Bases Generales del Medio Ambiente (Ley N° 19.300) y en el Reglamento del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA), los proyectos de acuicultura deben someterse a un estudio de impacto ambiental (EIA). Una EIA es un proceso técnico-administrativo el cual sirve para identificar, evaluar y describir los impactos que la actividad productiva tendrá en su entorno y en el medioambiente, y en base a esto se proponen medidas y planes de prevención, mitigación y compensación.

 

El problema radica en que el órgano fiscalizador, el Servicio de Evaluación Ambiental (SEA) no realiza un filtro efectivo con los proyectos que buscan ingresar al sistema, y por ende se les permite ingresar al SEIA con una Declaración de Impacto Ambiental (DIA). Una DIA es un proceso técnico-administrativo el cual sirve para demostrar que una actividad productiva no generará efectos negativos en el entorno y medioambiente.

 

fiordos de la patagonia

 

Finalmente no se tiene un catastro del potencial e inminente impacto que estas actividades tienen y debido a esto no se generan planes adecuados para su prevención y acción.

 

Hoy en día, las prístinas aguas de los canales Magallánicos se ven fuertemente amenazadas por una industria que no da tregua. Una industria que viene devastando los fondos marinos de Los Lagos y Aysén, generando catástrofes ambientales y un sinnúmero de escape de especies, que al ser introducidas, presentan un riesgo inconmensurable para la flora y fauna nativa, como para las comunidades costeras.

 

Es cierto que la salmonicultura entrega empleo a más de 5.000 personas en la región de Magallanes, pero ¿Qué pasará con esos empleos cuando el cultivo excesivo de salmones destruya el fondo y ecosistema marino? No se debe esperar pacientemente a que se repita una catástrofe como la del virus ISA, es necesario generar un cambio en el organismo evaluador de proyectos, en cómo se ingresan estos y qué criterios se están tomando para su aprobación.

 

 

Se debe velar por el correcto funcionamiento de las instalaciones, priorizando que se cumplan las densidades permitidas de salmones, con monitoreos constantes del fondo marino, de forma que se pueda anticipar y prevenir cualquier tipo de catástrofe con los más altos estándares en cuanto a calidad, sanidad y tecnología, además de salvaguardar lugares prístinos con valores incalculables.

 

Es nuestro deber velar por la protección de nuestros territorios y ecosistemas, proteger el agua es cuidar la vida. Entonces, ¿Salmoneras? Yo sí sé, ahora tu dime...

 

 

Equipo Kaječo

 

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1 comentario

  • Que buen artículo chic@s ! Felicitaciones.

    María José Musri

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